¿Qué es el amor?
“Señora de rojo sobre fondo gris”, de Miguel Delibes
Hace unos pocos días, me acordé de un vídeo en el que les preguntaban a unos cuantos niños de primaria qué era el amor. De cara al objetivo, los niños, con esa mirada tan particular de la que solo ellos son capaces, entre concentrada y ausente, encontraban unas respuestas que, como es de esperar, eran enternecedoras y esclarecedoras a partes iguales. Porque hacían una cosa que es difícil de conseguir, sobre todo cuando se trata de algo tan abstracto como el amor: conseguían concretarlo.
Es que mi madre le guarde el mejor trozo de pollo a mi padre.
Es cuando le prepara el café y le da un sorbito antes para comprobar que esté bien.
No recordé este vídeo porque sí, sino que fue al acabar Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes. Supongo que la pregunta que se les planteó a este grupo de niños es una duda recurrente cuando se cierra esta obra maestra, que podría describirse en unas cuantas palabras como una carta de amor como pocas: bella, sincera, doliente. Concreta. O, mejor dicho, podría decirse que contiene en sí la respuesta a la pregunta inicial. Porque si algo hace Delibes a lo largo de estas páginas en las que Nicolás recuerda a su mujer Ana, aunque todos sabemos que es Miguel recordando a su mujer Ángeles, es delimitar lo que es el amor. Describirlo. Retenerlo. Esas pequeñas concreciones y manías de su mujer, su carácter específico en situaciones como una exposición de arte o un cocktail, su forma de acercarse a los libros (“amaba el libro, pero el libro espontáneamente elegido”). Podríamos decir que eso es el amor: ver y sentirse visto por otro. O como escuché hace un tiempo, es decir: es bueno que existas.
Eso hace Delibes a lo largo de estas 130 páginas. Decirle a su mujer: te he visto y te quiero seguir viendo por medio de este homenaje íntimo y sincero. Qué bueno que hayas existido; qué dolor que ya no estés aquí.
Y mientras ellos se despedían, yo me frotaba los labios ásperamente, porque, aunque era capaz de concebirla dormida o despierta, riendo o llorando, charlando o ensimismada, me resultaba imposible imaginarla sin calor.
Es difícil, si no imposible, leer estas páginas y no emocionarse, al menos un poquito. Por la sencillez de las descripciones, por la palpable sinceridad de los sentimientos, por el pesar honesto. Porque amor sin pesar en la ausencia poco tiene de amor. Y esa gran frase que queda ya para el imaginario común, esa que refleja cómo nos gustaría ser recordados: “una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir”. ¿Se le puede decir a una persona algo más bonito?
Si uno busca en internet la etimología de la palabra amor, se encuentra con una definición comúnmente aceptada y varias leyendas urbanas. La versión aceptada es que amor viene de la palabra latina amor, y esta, a su vez, se relaciona con la raíz indoeuropea “amma-”, que significa “madre”.
Una de las leyendas urbanas explica que se trata de una palabra compuesta del latín, donde “a” significa “sin”, y “mor” es una contracción de la palabra “mortem”, que significa “muerte”. Es decir, que el significado de amor es “sin muerte”. O, también, eternidad.
Aunque la segunda sea una leyenda urbana, me parece una teoría preciosa, además de una teoría que queda reflejada en Señora de rojo sobre fondo gris. Aun después de la muerte, Ana sigue ahí. Aun después de la muerte, el amor prosigue.
Todas las personas con las que he hablado o comentado brevemente este libro han tenido la misma reacción. Todos están de acuerdo en que es una joya. Y lo que describe, un milagro. Porque querer y que otra persona te quiera por igual, al mismo tiempo y que perdure a lo largo de la vida, es extraordinario.
Sentirse tan mirado, tan observado. Tan recordado. ¿Por qué nos gusta tanto esta obra de Delibes? Porque refleja aquello que, aunque a veces neguemos de forma colectiva y con vehemencia, todos anhelamos: querer y que nos quieran. Amar y ser amados. Que alguien te recuerde como un alivio para la vida, un cumplido sin igual.
Nos gusta tanto porque concreta eso que todos deseamos: poder decir —y que nos digan— es bueno que existas.
Una frase
“En el peor de los casos, yo he sido feliz 48 años; hay quien no logra serlo cuarenta y ocho horas en toda una vida”.
Un párrafo
“Nos bastaba mirarnos y sabernos. Nada importaban los silencios, el tedio de las primeras horas de la tarde. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad”.
Os escribo pronto.
Hasta entonces, feliz lectura.